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Expertos advierten que castigos severos causan graves secuelas en el desarrollo y la salud mental.

 

Aún se escuchan frases como ‘la letra con sangre entra’, ‘le pegué para que aprenda, es por su bien’, ‘yo soy el papá y puedo criarlo como quiera’. Generalmente son usadas para reforzar castigos que van desde gritos y palmadas hasta usos extremos de la violencia: quemaduras, encierros prolongados, correazos, fuertes golpizas, entre otros actos que, en las peores circunstancias, terminan con daños físicos permanentes en los menores.

Según cifras de la Organización Mundial de la Salud (OMS), en el último año 1.000 millones de niños y jóvenes entre los 2 y 17 años en todo el mundo fueron víctimas de abusos físicos, sexuales, emocionales o abandono. Como indica la Alianza por la Niñez Colombiana, estos números tienden a aumentar en tiempos de cuarentena por el estrés de la crianza en confinamiento. Aun así, las evidencias científicas demuestran que la creencia que tienen algunos padres de educar con estos métodos correctivos en realidad produce todo lo contrario.

Actualmente, se discute en el Congreso de la República una iniciativa para prohibir el maltrato físico, que busca detener los tratos crueles, humillantes o degradantes y cualquier tipo de violencia como método de corrección de niñas, niños y adolescentes.

Juan Fernando Gómez, presidente de la Sociedad Colombiana de Pediatría, agrega que “el castigo físico repetido constituye muchas veces el primer eslabón de una cadena creciente de maltrato infantil, ya que las violencias las aprendemos y las replicamos y entre más violencia se experimente en la infancia, hay más posibilidades de entrar en relaciones violentas en el transcurso de la vida”.

Las cifras validan esa reproducción de violencia de la que hablan los expertos. Entre 2015 y 2019, según un informe de la Alianza por la Niñez Colombiana, se reportaron más de 50.000 casos de violencia contra niñas, niños y jóvenes en todo el país.

El 68 % de las agresiones fueron golpes contundentes, con objetos que tienen peso propio, como un palo, una piedra, un martillo, etc., y, en menor medida, agresiones con objetos cortopunzantes.

Gloria Carvalho, secretaria ejecutiva de la entidad, agrega que el 60 % de los agresores fueron el padre o la madre. Históricamente, estas prácticas se han transmitido de generación en generación con la idea de que los hijos son propiedad de los padres y que por eso tienen el derecho de corregirlos como lo consideren conveniente, incluso con violencia.